lunes, 6 de noviembre de 2017

El misterio de los actores y de la actuación (I)

DGD: Morfograma 1, 2017.


La clonografía depende de un largo proceso de trabajo, mientras que el morfograma depende de la instantaneidad: busca la eventualidad no deliberada, por ejemplo cuando se acciona el disparador sin quererlo en un instante en que la cámara está en movimiento. Son las imágenes que generalmente se desechan como errores, las que “salen movidas”.

* * *


a Aline Davidoff e Ignacio Guadalupe
a Alma Muriel y Pedro Armendáriz
a Isabel Benet y Roberto Sosa


Nota introductoria


[El hombre es] eterno actor, sin duda, pero actor natural, porque su artificio le resulta congénito, y es incluso uno de los caracteres de su estado de hombre... Ser hombre quiere decir ser actor, ser hombre es simular al hombre, comportarse como un hombre sin serlo en profundidad, interpretar a la humanidad... No se trata de aconsejar al hombre que se despoje de su máscara (cuando detrás de ésta no hay ninguna cara); lo que se le puede pedir es que tome conciencia del artificio de su estado y que lo confiese.

Gombrowicz



Existe algo esencial acerca de los actores que nunca termina de decirse o comprenderse del todo. Para entreverlo basta considerar algo que parece un lugar común: el actor, que es un ser humano, representa al ser humano. A continuación basta plantear un razonamiento que se desprende de aquél y que también posee toda la apariencia de obviedad: cualquier ser humano tendría que poder representar a cualquier ser humano, al menos dentro de sus propios parámetros (género, raza, edad, cultura de origen, educación...).
          Que esto dista de ser así suele explicarse por la inmensa artificialidad que representa el medio en el que se inserta la representación: el propio escenario implica una cantidad tal de artificios que extermina a toda espontaneidad, a toda naturalidad, y, para algunos, a toda apariencia de realidad. Así nace la máxima paradoja: sólo unos cuantos seres humanos son capaces de representar al ser humano, y esto depende de un oficio tan complejo como demandante, que para colmo ninguno de sus practicantes y teóricos termina por definir de un modo específico. En otras palabras; sólo unos cuantos aprenden a tomar la espontaneidad de la vida, hacerla atravesar un interminable laberinto hecho de niveles de artificialidad y hacerla brotar de nuevo en el centro mismo de ese laberinto, como un loto en el pantano.
          Pero ¿a qué tipo de ser humano representan los actores? O puesto en otras palabras: ¿qué definición de lo humano podría derivarse de la suma total del trabajo de los actores, en una época determinada y en todas ellas, dado el excepcional punto de partida consistente en que los actores (y en general los demás profesionales que incursionan en el arte narrativo) renuncian de entrada a definir, no sólo a aquello a lo que representan sino al modo (el “método”) según el cual se lleva a cabo esa representación?
          La esencia de la actuación se escapa por todas partes, por más volúmenes que se hayan acumulado para explicarla y describirla. Respecto a todas las artes puede tal vez decirse que, en última instancia, el artista no sabe cómo hace lo que hace, pero en ningún caso será esto más exacto que en el terreno de la actuación. En ningún otro territorio el no saber cómo se hace lo que se hace no sólo no es un defecto, sino la calidad más íntima, el requerimiento más profundo. Casi podría decirse que el actor que sabe puntualmente cómo hace las cosas es un mal actor.
          Desde luego que hay una técnica: ella existe al menos desde los tiempos de la tragedia clásica griega y se ha ido depurando hasta las revueltas actorales del siglo XX. Pero se trata de técnicas, en plural, de una suma de quehaceres que están parcialmente depurados: de la oratoria al maquillaje, del manejo de emociones hasta la gestualidad. Y sin embargo, el todo es mayor que la suma de sus partes. La actuación sigue siendo un misterio, y acaso así debe quedar para preservar al más esquivo de los lenguajes artísticos.
          Este texto y los siguientes recogen la palabra de los propios actores hablando de su oficio. Que cada uno de ellos, a su manera irrepetible, se encargue de entrever ese misterio sin fondo al que ha ofrecido su cuerpo, voz, conciencia, sensibilidad, memoria y talento expresivo: el misterio de la representación, del arte, de lo humano.
 

*

El actor llega al estadio de Nadie de la manera más impensada, más irreductible, más contundente y misteriosa. No se le piden opiniones sino concreciones, ni se espera de él duda sino certeza; se espera que diga la verdad y si no la conoce, que la transmita como si pudiera volverse el más puro material conductor, el puente más firme, el radiotelescopio más finamente sintonizado en las profundidades siderales. Ni el actor ni el espectador conocen esa verdad pero de alguna manera la reconocen. Es el actor el que proporciona esa manera al encarnar tal verdad en el transcurso de su representación. No sabe lo que transmite. No sabe lo que hace ni cómo lo hace. Se limita a hacerlo de la mejor manera posible, sin que sus dudas lo inmovilicen ni sus razonamientos lo contaminen. Borra su identidad, anula su personalidad para que algo aparezca o se trasluzca, algo que ni el espectador ni el director ni el escritor/guionista/libretista conocen pero que una parte suya reconoce de modo inequívoco: una parte muy secreta que es acaso despertada por el vacío logrado en el actor: el Nadie vivo en cada uno. El actor se vuelve Nadie para mostrar el vacío, para encarnarlo y para transmitirlo sin entenderlo ni conceptualizarlo. Pero algo hace con él; ese algo es la “verdad” actoral: algo que hará que una representación sea fértil o no, viva o no, catártica o no. Algo que realizará por enésima vez el milagro escénico que nadie comprende y todos dicen entender; el que nadie espera y todos buscan ávidamente; el que da sentido a lo que no parece pedir otro sentido que la representación misma. Un mensaje que depende de que no se verbalice, de que no se racionalice, acaso de que no llegue, pero un mensaje que por eso mismo llegará precisamente en su ausencia (porque sólo puede “llegar” de vacío a vacío). Una vida humana que se reflejará en el escenario o ante la cámara precisamente porque nadie sabe qué es una vida humana ni cuál es su configuración, ni sus antecedentes, ni su intimidad, ni lo que verdaderamente le pertenece, ni los términos reales de su libertad. El actor se vuelve Nadie como nadie más ha podido imaginar siquiera que alguien pudiera volverse Nadie.



Inside the Actors Studio

En el arte de la actuación es más cierto que nunca el dictum “No hay técnica sino técnicos”. Un internamiento en este mundo, por lo tanto, tendría por fuerza que apoyarse en una serie de entrevistas con actores (y también con directores, dramaturgos, guionistas, etcétera). Esta es precisamente la riqueza que ofrece una excepcional serie televisiva: Inside the Actors Studio.
          Esta serie comenzó a transmitirse en agosto de 1994 en el canal Bravo de televisión por cable y continuó de manera ininterrumpida a lo largo de numerosas temporadas. Al menos en principio, se singulariza por su tono “universitario”: el público “en vivo” está compuesto por los alumnos de las carreras de actuación, dirección y dramaturgia en la Pace University de Nueva York, colegio que continúa la tradición establecida por el célebre Actors Studio de Lee Strasberg, discípulo de Stanislavsky. Los actores (y también, de manera minoritaria, directores, productores y guionistas; alguna vez músicos y comediantes “de pie”) son invitados a hablar de su vida y carrera de manera coloquial, aunque despojada de la usual frivolidad que rodea a las “estrellas” en los media, y sobre todo en el medio electrónico.
          El tono de Inside the Actors Studio no es el de una entrevista destinada al público televidente en general, sino una especie de seminario interno dirigido al alumnado; de ahí el título de la serie, que infiere ofrecer a los espectadores una entrada (inside) a la vida académica de una institución consagrada a la formación de actores, directores y dramaturgos. Esta singularidad convierte a muchas de las entrevistas conducidas por James Lipton (deán fundador en 1994 de la Actors Studio Drama School en la Pace University) en recuentos que a veces terminan por transformarse en exámenes de conciencia.
          Uno de estos entrevistados, el actor Tom Hanks, menciona la diferencia: “Por lo general, cuando uno entra en un estudio de televisión con cámaras, automáticamente debe entrar en un ritmo altisonante y acelerado, ‘¡Es grandioso estar con ustedes!’, y en cambio aquí simplemente nos sentamos a tener una conversación, y eso está bien” (XII-11, 14-5-2006).
          (Para identificar el programa de esta serie de donde proviene la cita se indica en números romanos el número de temporada, seguido en arábigos por el número del episodio dentro de esa temporada, y por la fecha de primera emisión en orden día-mes-año. Casi todos los programas de la serie están disponibles online y pueden encontrarse en youtube. Se citan aquí los fragmentos de entrevistas de manera literal, sin alteración alguna y en la traducción más fiel posible al español.)



*


No hay comentarios: