jueves, 17 de noviembre de 2016

Magritte: La luz de la coincidencia



La luz de la coincidencia, 1933.

En general, Magritte emplea títulos “indirectos”, pero el título es “directo” en este óleo, una de las muestras de lo que podría llamarse liturgia de la mirada: a la izquierda hay un óleo que representa a un torso femenino; sólo en un primer momento el espectador interpreta que ese torso escultórico se encuentra en una especie de caja, pero cuando examina con cuidado la parte superior, se da cuenta del caballete que sostiene a una pintura enmarcada. A la derecha, una vela encendida ilumina a ese óleo. Y sin embargo, la luz de la vela “exterior” es el origen directo y único de la iluminación del torso en el cuadro “interior”. Menos que una “ilusión óptica”, hay aquí un canto al misterio mismo de la representación: la escultura representa a un cuerpo; el óleo representa a la escultura; La luz de la coincidencia representa a todas estas representaciones, que son unidas y reveladas por la luz de la vela. La vela ya no es representación sino realidad: una realidad que se comunica, a través de la luz, al óleo dentro del óleo, a la escultura dentro del óleo, al cuerpo dentro de la escultura. A la luz del misterio, todas las realidades coinciden con todas sus representaciones. La antes única e inamovible realidad del espectador se revela como representación de una realidad superior. El espectador queda, por una vez, intolerablemente libre: muy bien podría imaginar que si le fuera posible tomar el candelero y moverlo lentamente hacia la izquierda, en el óleo sostenido por el caballete la sombra del torso se iría desplazando en la medida de ese mismo movimiento.

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