sábado, 17 de diciembre de 2016

Magritte: El espejo falso

El espejo falso, 1928.


El espejo falso (Le faux miroir), obra esencial de Magritte, presenta a un enorme ojo sin pestañas cuyo iris contiene un brillante cielo azul y una pupila en la forma de un disco negro. Este ojo de Magritte funciona en numerosos niveles simultáneos: el espectador mira a través de él, como en una ventana, pero a la vez es mirado por ese ojo. Y además, el título (provisto por un amigo del autor, el escritor surrealista belga Paul Nougé) sugiere otra dimensión: quien contempla esta imagen también se refleja en el ojo: ve lo que es; lo que es lo mira, y su mirada es capaz de ir a través, de ir más allá.
            El gran surrealista Man Ray, que fue dueño de esta pintura entre 1933 y 1936, reconoció esa dualidad (o ambivalencia, o interconstructividad) cuando describió a El espejo falso como una pintura que “ve tanto como ella misma es vista”. Por una vez, el hecho pictórico no se da en una superficie que se ofrece a los ojos, sino en la relación entre éstos y la imagen, es decir que más que una pintura es una mirada, en un eco del portentoso poema de Machado: “El ojo que ves / no es ojo / porque lo miras. / Es ojo porque te ve”. Aquí hay un ojo pintado, es decir, representado, pero quien mira es la representación misma. El espectador del cuadro se mira representado en ella, pero no sólo eso: se mira mirando, se contempla contemplándose. Y lo que ve es tanto lo visible como lo invisible.
            Resulta revelador comparar a El espejo falso con una pintura realizada treinta y cinco años después por el propio Magritte: El telescopio, uno de los más sutiles tratamientos que el artista hizo de su fundamental tema de la ventana.


El telescopio, 1963.


En principio, el espectador podría creer que se trata de un armario, y no sin fundamentos, puesto que podría recordar otras pinturas de Magritte, como Homenaje a Mack Sennett.


Homenaje a Mack Sennett, 1934.


Sería posible pensar, pues, que en El telescopio se trata de un armario cuyas puertas han sido “decoradas” con nubes. Con su característica sutileza, Magritte destruye esa atribución: una esquina de la hoja derecha se transparenta y permite ver el marco detrás: se trata de una ventana con cristales transparentes en cada hoja.


El telescopio, detalle.


En El telescopio, como indica la “lógica”, a través de los cristales de la ventana se ve el exterior, en este caso un paisaje marino. Pero una de las hojas está entreabierta, de tal manera que, otra vez según la “lógica”, debería seguirse viendo el paisaje, ya sin el intermedio del cristal. Pero he aquí que la lógica estalla: en ese espacio no hay sino la más densa penumbra, el negro absoluto. Estas hojas de la ventana corresponden al iris del ojo en El espejo falso. Al entreabrirse las hojas queda a la vista un negro total, que sería el correspondiente a la pupila negra de aquel ojo. O en otras palabras, a la realidad integral, que incluye a lo invisible.

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