domingo, 6 de noviembre de 2016

Una fotografía tomada por René Magritte



Georgette ante la mesa, ca. 1928. Museo Magritte.

René Magritte (1898-1967) fue también un apasionado por la fotografía y solía emplear sus instantáneas como estudios preparatorios para sus pinturas. En uno u otro lenguaje su exigencia era alertar al espectador, hacerlo consciente de la percepción precondicionada de lo real. En este sentido, Magritte podría haber compartido plenamente aquella afirmación del gran Charles Fort (1874-1932): “Siempre he encontrado interesante recorrer una calle, mirar lo que me rodea y preguntarme a qué se parecerían todas estas cosas si no se me hubiera enseñado a ver caballos, árboles y casas ahí en donde hay caballos, árboles y casas. Estoy persuadido de que, para una visión superior, los objetos no son más que constreñimientos locales fundiéndose instintivamente los unos con los otros en un gran todo global”. Toda la obra de René Magritte podría corresponder a la misma entrevisión.
            El joven Magritte tomó hacia 1928 una fotografía de su esposa, Georgette Berger, una amiga de su juventud con la que se había casado en 1922 y que fue su modelo en numerosas obras. Con su característica y virulenta sencillez llamó a esta imagen Georgette ante la mesa. En un interior hogareño, Georgette, ataviada con tonos oscuros, se encuentra en efecto ante una mesa en la que se ven vestigios de una comida reciente (platos con restos, una jarra, cubiertos, un pan recién cortado); sin embargo, la joven no trasluce una postura casual sino que asume claramente la actitud de quien posa. Porque en su insobornable búsqueda de una visión superior, Magritte no busca captar un instante “común” (es decir, “realista”). En esta imagen rodean a Georgette los elementos usuales que el espectador espera ver en una vivienda: además de la mesa hay una puerta, una ventana, un mueble con repisas, un pequeño marco en la pared cuidadosamente cortado por el encuadre para que introduzca la idea de los límites de una imagen sin que ésta interfiera con el conjunto. Sin embargo, hay también un elemento no tan usual ni común en un comedor: un caballete del que está suspendido un lienzo blanco.

Georgette ante la mesa, detalle.
 Georgette está colocada ante este caballete con una precisión absoluta: la rodea la suficiente blancura como para evitar que el espectador la integre en la imagen, la encadene a lo cotidiano, le dé una “explicación”.

Georgette ante la mesa, detalle.
Magritte ha cuidado de tal modo la composición, que muy bien podría pensarse en una fotografía dentro de otra. En efecto, el sujeto fotografiado se confunde con el sujeto “real”. Georgette resulta, así, la modelo y a la vez la representación de esa modelo: la instantánea de sí misma. Magritte ejerce su magia esencial: Georgette es tanto la retratada como el retrato.

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