sábado, 26 de mayo de 2012

Reflejos hacia adentro y hacia afuera

DGD: Redes 138 (clonografía), 2011


La mitología griega soñó a Argos, un gigante con mil ojos, pero no lo llamó “de los mil ojos”, sino de todos los ojos (Argos Panoptés). Mil es una cifra desbordante: por más grande que Argos fuera, habría que imaginarlo cubierto materialmente de ojos, de pies a cabeza, para completar ese número. Más acorde con la concepción simultánea del mito, es deducir que sus dos ojos equivalían a mil, o mejor dicho, a todos los ojos.

Cuenta Ovidio en Las metamorfosis que Argos era el guardián perfecto, puesto que sus ojos dormían en turnos, de tal manera que en todo momento tenía ojos despiertos. Una vez más puede imaginarse que su ojo derecho dormía mientras el izquierdo vigilaba, y a la inversa. O dicho de otra manera: un ciclo perfecto en el que se alterna la mirada hacia afuera y la mirada hacia adentro.

Romper ese ciclo sagrado fue la estrategia de Hermes para matar a Argos: se disfrazó de pastor y le contó historias aburridas hasta que todos sus ojos cayeron dormidos: todos quedaron mirando hacia adentro. Para honrar a su fiel servidor, Hera ordenó que los ojos de Argos fueran preservados para siempre en las colas de los pavos reales. Esta metáfora acaso se aclara si uno imagina que no sólo ahí fueron preservados, sino también en la bóveda nocturna: cuando se contempla una pluma de pavo real se tiene la impresión de observar algo bello, pero no algo que está activo y despierto (como todo lo bello) y que devuelve la mirada, como sucede cuando uno contempla el cielo estrellado. De ahí el culto por las constelaciones, que son ordenamientos que reflejan afuera las figuras (los arquetipos) que hay adentro del contemplador.

El alteroscopio es una metáfora tanto como lo es Argos, y su vocación es la de convertirse en Panoptés. El protagonista de Reflejos lo define como un aparato para ver de otra manera, pero también podría enunciarse como un medio para contemplar lo Otro. Este hombre sabe que se le ha enseñado a equiparar a su piel con la gran frontera: dentro de ésta queda lo que “es” él; fuera de esa muralla está lo otro, el mundo. Pero ¿qué sucede si a fuerza de mirar lo Otro de otra manera la frontera cae por su propio peso?

Difícil responderlo, puesto que no existen palabras para una experiencia que por otro lado es acaso la más esencial. Lo único que puede aducirse es que con la barrera caen las dicotomías: ya no hay yo y lo otro, adentro y afuera, sueño y vigilia. Verlo todo es serlo todo.
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[Fragmento de Alteroscopio (Cuaderno de lectura sobre metáfora y visión), de próxima aparición por La Cabra Ediciones.]

[Reflejos puede verse haciendo click aquí.]

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