miércoles, 15 de noviembre de 2017

El misterio de los actores y de la actuación (II)

DGD: Morfograma 2, 2017.


Los episodios del programa Inside the Actors Studio tienen una duración individual de sesenta minutos (son editados a partir de un seminario/conferencia/entrevista que dura tres o cuatro horas en tiempo real) y cada uno es generalmente dedicado a un solo invitado. Ahí se ventilan, pues, no sólo sus experiencias profesionales, métodos de trabajo y definiciones personales, sino sus intimidades y conflictos. El espectador televisivo es casi colocado en calidad de voyeur, y ello es muy probablemente la causa del éxito de la serie, que llegó a re-transmitirse en 125 países con una audiencia calculada en 89 millones de hogares. Los invitados (que en 2012 habían llegado a sumar casi trescientos) fácilmente se deshacen de la conciencia de estarse dirigiendo a tan nutrido público, y se limitan a hablar ante los estudiantes que llenan el auditorio en el que se llevan a cabo las entrevistas. Todo este contexto implica un acercamiento excepcional a la industria del espectáculo, y permite internarse en sus luces y oscuridades bajo la guía de sus más reconocidos integrantes: los actores.
          La serie es, pues, desde todos estos puntos de vista, un magnífico mirador sobre el oficio del actor norteamericano (que, a través de Hollywood, es la principal influencia de sus colegas del mundo entero): un oficio que ha llegado a un alto grado de depuración técnica pero que a la vez refleja los valores de la cultura en la que está inmerso. (La elección de esta serie televisiva como fuente principal de testimonios es la razón fundamental de que en estas páginas existan, de manera mayoritaria, aportaciones de actores hollywoodenses. Se han convocado voces de otras procedencias en un intento de compensar ese desequilibrio y ampliar el panorama.)


Misterio y estrellato

El primer misterio que se ventila en todas las emisiones de Inside the Actors Studio es el de la propia actuación, aunque sin enfocarlo directamente como misterio, sino solamente como “desafío técnico”. La serie entera y todos sus integrantes e invitados pertenecen (o anhelan pertenecer) a la industria hollywoodense. Nunca hay, pues, una definición de lo que es Hollywood: ella está plenamente sobreentendida. Sin embargo, no pueden sobreentenderse los irrepetibles caminos personales que recorren los entrevistados en la “fábrica de sueños”, y por ello leer en sus sobreentendidos convierte a esta serie en un fascinante testimonio centrado en lo que no se dice.
          Una de las invitadas, Juliette Binoche, reconoce incluso a esta mecánica como esencial en el actor: “En la actuación lo más interesante es lo que no se dice” (IX-2, 27-10-2002). De manera profunda, esta actriz coincide con la visión de Albert Camus, filósofo existencialista que ha visto en el actor al representante perfecto del ser humano. “Un hombre lo es más por las cosas que calla que por las que dice”, afirma Camus en El mito de Sísifo.
          De la misma manera en que en esta serie casi nunca se habla de política, tampoco existe una crítica ética del aparato hollywoodense. A fin de cuentas la institución académica en la cual el espectador es colocado dentro, no forma actores, sino actores hollywoodenses. No hay tampoco valoración o catalogación artística: un filme como El ocaso de una vida es tan reconocido y celebrado como Buffy la cazavampiros; así lo requiere la definición inferida de “éxito”, palabra que se repite mucho más que la palabra “arte”. Todos los invitados reciben la misma ovación del público que se pone de pie; ello se debe a un “reconocimiento objetivo” (en la tónica escolar se evitan los juicios de valor), pero también y sobre todo a un reconocimiento de la industria dirigido hacia sí misma. Se infiere que todos, entrevistados y alumnos, buscan lo mismo. Este “lo mismo” también se sobreentiende como “realización profesional”, “logro de una vocación” o “excelencia”.
          Un tema recurrente en la serie es el número de veces que los actores consagrados, en aquel tiempo de sus vidas previo a toda consagración, solicitaron ingreso en el Actors Studio y fueron rechazados. Harvey Keitel posee el récord a este respecto: diez solicitudes no aceptadas en otros tantos años hasta que fue por fin admitido. Martin Landau relata que, en el año en que lo intentó, dos mil postulantes audicionaron y solamente dos fueron aceptados: Steve McQueen y el propio Landau. Con este tipo de menciones, el alumnado refuerza su sentido de élite y el privilegio que implica el haber sido acogido por la institución. Este orgullo de pertenencia no sólo se refiere al Actors Studio, sino al propio Hollywood. Por ello no importa realmente si los invitados son egresados del Actors Studio o de otras escuelas, o incluso si son autodidactas, y ni siquiera si usan de una u otra manera el famoso Método stanislavskiano. Basta que formen parte de la industria hollywoodense —y, desde luego, que sean celebridades, como sucede con la gran mayoría de los invitados.
          El programa académico insta a los alumnos a ser individualistas, creativos, inspirados, exigentes consigo mismos; el acto de escuchar a los invitados narrar sus conflictos y choques incita a los novicios, a la vez, a no ser “demasiado idealistas”, a saber valorar los logros pequeños, a conseguir la excelencia dentro (inside) del aparato hollywoodense del que muy raramente sueñan con alejarse. Buen ejemplo es el caso de un alumno, Bradley Cooper, que tras haber sido parte del público de alumnos en numerosas emisiones, luego de graduarse comenzó a tener éxito en las películas y que vuelve al mismo auditorio en el año 2011 ahora como entrevistado, y pasa llorando la primera mitad del programa, profundamente conmovido por haber vuelto a su alma mater esta vez del otro lado, en calidad inferida de “actor profesional competidor por el carácter de estrella”.
          Contra la imagen del actor fuertemente entrenado en una escuela sigue levantándose la contraimagen del intérprete autodidacta. En una emisión de Inside the Actors Studio y ante una audiencia conformada por estudiantes, Russell Crowe declara:

No me adhiero a ningún modo particular de hacer las cosas. Nunca fui a la escuela de actuación [...]; decidí hacerlo muy joven [y] siempre vi a esas personas que tenían un papel en una mano y se sentían por encima de mí porque habían estudiado el oficio. [...] Cuando estaba tratando de ahorrar dinero para ir a la escuela de arte dramático en Australia terminé reuniendo toda esta experiencia, lo que significó que cuando tenía dinero suficiente para ir a la escuela, ya no lo necesitaba porque ya era un actor trabajando. Así que sólo tomo pedazos y partes de todas las técnicas. [X-7, 4-1-2004.]

          No se trata, desde luego, de una invitación a renunciar al entrenamiento: “Preparación e investigación son privilegios”, afirma Crowe; “amo hacerlo. Soy muy inquisitivo. Sé absolutamente que mientras más ponga en un papel, más aparecerá en la pantalla”. Y matiza de este modo:

Dicen que debes enamorarte del personaje al que estás interpretando. Cuando uno se enamora de alguien, olvida sus defectos. Cuando te enamoras del personaje, pierdes la oportunidad de mostrar esos defectos. Debes ser objetivo respecto a tu personaje porque son esos defectos los que lo hacen un individuo, un ser humano. Decidí decir, en cambio, que me enamoré del trabajo: amo actuar.



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