miércoles, 5 de julio de 2017

La literatura “rara” y las corrientes subterráneas (XI)




Una llamada de otra naturaleza

Libros como los mencionados intentan “separar” del canon (lo típico) a escritores inclasificables, huraños en sus generaciones, poco manejables por la crítica ortodoxa. Ante tanta rareza, quien lee estos libros antológicos no concluirá que esos escritores son desconocidos por no divulgados, sino porque carecen de los méritos de los que sí son “conocidos”. En el círculo vicioso, se sobreentiende que estos últimos son conocidos precisamente por sus méritos; por tanto, se está fuera del canon, o bien por falta de méritos, o bien por indiferencia en hacer méritos.
          Sin embargo, también se concede a lo minoritario una mínima forma de la autoafirmación: así, brota el sobreentendido de que existe algún mérito en no dejarse clasificar, aunque ese mérito no conduzca a ser conocido sino por pequeños grupos de lectores (la forma tramposa de esta afirmación es el culto de la excentricidad por sí misma; la forma transparente es la necesidad de salir extrañado de la extrañeza). Si no hubiera este tipo de concesiones, no habría interés en editar libros antológicos como los que he mencionado; pero tampoco existirían si no se intuyera, en el fondo, una llamada de otra naturaleza o, mejor dicho, el hecho de que es necesaria otra mentalidad para acceder a la otredad.
          Por más que el lector intente clasificar (“este es raro”, “este otro es excéntrico”, “aquel es genial”), tendrá que reconocer que los rubros inferidos están en todos los escritores, conocidos y no conocidos, en una u otra medida: loco, marginal, peligroso, vanguardista, periférico, olvidado, subterráneo o heterodoxo. En el segundo volumen de Locos, excéntricos y marginales..., Claudio Canaparo aporta una clave cuando describe a Elías Ingaramo como “un escritor caído del mapa”.



Se refiere a la literatura extraterritorial, es decir hecha en el exilio, pero esa frase puede entenderse en otro sentido: los mapas son oficiales y es una oficialidad (la autoridad, el poder) la que decide a quién incluir en las cartografías. Pero además Canaparo no dice que Ingaramo simplemente “no está” en el mapa, sino que cayó de él. Nuevo sinónimo inferido para un escritor secreto: la caída. El simple hecho de no ser una celebridad es convertido en la ominosa caída en el anonimato.
          Sólo por ello la única extrañeza que en verdad se genera en el lector mayoritario de estos dos tomos es aquella que surge de la sorpresa de constatar que puede haber escritores a quienes no interesa estar en el mapa oficial. Lo único extraño que se les reconoce es la excentricidad de no haber dedicado toda su vida y esfuerzos no sólo a estar en el mapa literario sino, sobre todo, a no caerse de él. El único secreto que interesa de estas figuras es el porqué no huyeron horrorizados, como todos, del atroz vacío del anonimato.
          Si se reunieran libros como los que he citado y se hiciera una especie de censo de nombres repetidos, ¿ello indicaría mayor veracidad en su catalogación como “raros”? Sólo hay unos cuantos autores mencionados en ambos libros: por un lado Elena Poniatowska, una escritora bastante conocida, y por otro los secretísimos Lascano Tegui y Qorpo-Santo.



Sin echar mano de demasiada ironía puede decirse que se han salvado quienes no fueron estudiados, y eso, sin duda, por puro desconocimiento (o porque la convocatoria no llegó a escritores que conocen y se han ocupado de la obra de tantos otros escritores secretos).



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