jueves, 15 de enero de 2015

Las tres categorías de Nadie


DGD: Redes 124 (clonografía), 2009

San Agustín llama malum paenæ al mal físico, culpæ al moral y naturæ al metafísico. Nace la simétrica sospecha de que, si hay tres categorías de mal, existen también tres categorías de Nadie referidas a sus orígenes: un Nadie físico (Nemo paenæ, el de quien se niega a sí mismo), un Nadie moral (Nemo culpæ, el creado por la sociedad) y un Nadie metafísico (Nemo naturæ, el de quien se califica así al confrontarse con el máximo referente: el universo o la divinidad). Revela claramente a este último la frase agustiniana “si en Él no permanezco, menos podré permanecer en mí mismo”, palabras que ligan indefectiblemente a las tres categorías de Nadie en una sola: no puede hablarse del Nadie físico sin implicar al Nadie moral, ni de éste sin aludir al Nadie metafísico. De poco sirve que Agustín agregue de inmediato: “Pero Dios da nuevo ser a todas las cosas, permaneciendo él mismo sin novedad alguna; y como no tiene necesidad de mí ni de mis bienes, lo reconozco por mi Señor y mi Dios”. La figura de Nadie parece, pues, indesligable del mal (ambos son ausencias). Todo ser finito es Nadie, un Nadie del que Alguien (Dios) no tiene ninguna necesidad.

Agustín encuentra la esencia de Nadie en la corruptibilidad, mas necesita conciliar esto con la incorruptibilidad divina: “También me hiciste conocer, Señor, que todas las cosas que se corrompen son buenas, porque no podrían corromperse si no tuvieran alguna bondad, ni tampoco podrían si su bondad fuera suma, pues si fueran sumamente buenas, serían incorruptibles, y si no tuvieran alguna bondad no habría en ellas cosa alguna que se pudiera corromper”. Así arriba a uno de sus laberintos lógicos más entrañables:

Porque es certísimo que la corrupción causa algún daño, y si no disminuyera algún bien, no lo causaría. Luego o se ha de decir que la corrupción no causa daño alguno, lo cual es falso e imposible, o se ha de confesar que todas las cosas que se corrompen se privan de algún bien con la corrupción, lo cual es certísimo y evidente. Y si se privaran enteramente de toda su bondad, absolutamente dejarían de ser, porque si todavía existieran sin bondad alguna, quedarían incapaces de ser corrompidas, y por consiguiente, mucho mejores que antes, pues permanecerían incorruptibles. ¿Y qué desatino más monstruoso se puede imaginar que el decir que perdiendo aquellas cosas toda la bondad que tenían se habían hecho mejores de lo que antes eran? Conque es evidente que si se privaran enteramente de toda su bondad, absolutamente dejarían de ser: luego, mientras que tienen ser, tienen alguna bondad, y así es cierto que todas las cosas que son, son buenas. Lo cual prueba convincentemente que el mal, cuyo principio andaba yo buscando, no es alguna sustancia, porque si lo fuera, algún bien sería. Pues o había de ser una sustancia incorruptible, y esto era un bien muy grande, o sustancia corruptible, la cual, si no tuviera alguna bondad, no podría corromperse.

Pese a ello, resulta claro que para la mentalidad occidental existe en efecto una filosofía religiosa inferida, para la cual las cosas que pierden toda bondad se hacen mejores de lo que eran. Dejando de ser, son mejores: trascienden toda “debilidad” y, por medio de acumular todas las corrupciones, se vuelven incorruptibles. Esta es la definición del mal social: el poder. (¿No parece cualquier figura del poder regirse por el principio de ser incorruptible por medio de acumular corrupciones?) Y aún más: los tres Nadie, físico, moral/social y metafísico, en su aspecto negativo, parecen depender de ese lema.

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[De Libro de Nadie 3. Leer el siguiente capítulo.]



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