domingo, 5 de enero de 2014

Fragmentario (X)


DGD: Redes 44 (clonografía), 2008


De sueños

Mientras Villaurrutia afirma tener

miedo de no ser más que un jirón del sueño
de alguien —¿de Dios?— que sueña en este mundo amargo.
Miedo de que despierte ese alguien...
(“Nocturno grito”)

Owen exclama

Que ya despierte el que me sueña.
(“Discurso del paralítico”)

Es el mismo miedo y quizás la misma emoción, que se expresa de dos modos distintos. En Villaurrutia es la inmovilidad de la amargura, la desesperación causada por el miedo sostenido; en Owen es el arrebato, la demanda de que el suplicio termine de una vez.
          Owen decía en una carta, de manera no poco oscura, que él era la conciencia teológica de los Contemporáneos. Quizás lo fue más bien en exclusiva de su amigo dilecto, Xavier Villaurrutia. Es acaso Owen el que está detrás de ese Dios entre signos de interrogación del “Nocturno grito”, porque acaso la misma presencia (o ausencia) radical se encuentra en la demanda de Owen dirigida “al que me sueña”.
          Qué difícil evitar los hilos que relacionan a las posturas de ambos poetas no sólo con Segismundo sino con el entramado de “Las ruinas circulares”. Qué arduo evadir la sospecha de que los dos poetas se soñaban uno al otro, de cierta manera, y que siguen soñándose en la eternidad.

*

Deseo y serenidad

Esa vieja advertencia según la cual lo peor que puede pasarte es que se realice lo que deseas, no es más que un habilísimo freno impuesto por el fariseísmo de la modernidad, un tremendo espantajo que no sólo nos lleva a no desear, sino a ni siquiera aprender el arte del deseo. Y ese arte te enseña que debes tener cuidado con lo que deseas, y no porque se te vaya a cumplir, sino precisamente porque mientras más desees, menos conseguirás. O conseguirás cualquier cosa menos aquello que deseas, en la medida misma en que lo deseas. Lo único que quiero es tenerte: será bueno que desde ahora sepa, con serenidad (es la culminación del arte de desear), que es lo único que jamás tendré.
          Y aún más: si por una casualidad sideral te tuviera, eso sería la prueba terminante de que no era en verdad lo que deseaba. La satisfacción del deseo es el defecto del deseo, una mera incidencia que no tiene la menor importancia. El deseo es siempre de algo más allá, es decir, de lo imposible. No se desea para conseguir, sino para desearse, siempre insatisfecho pero siempre deseante.

*

Estallido

Te decía que era como si el pecho me fuera a estallar, pero tendría que haber dicho que mi pecho es estallar. Estoy lleno de cosas, de ansias de saber, de ver, de hablar, pero en última instancia de lo estoy lleno es de ti, porque eres tú quien origina que yo pueda llenarme. Y si el pecho me va a estallar, es por ti, no por las cosas. Estallar es uno de los verbos que más sitúan en el tiempo: concebimos estallar como un instante, pero para ser justo debería ir contra la lógica del lenguaje, y decir que no es que mi pecho vaya a estallar, sino que es estallido, y eso sin volverlo una imagen congelada, todo lo contrario. Por ti —en ti, gracias a ti— vivo en el estallido.

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Mónimo o la opinión

Es bella la opinión del cínico Mónimo: “Que todo es opinión”. (Es necesario recordar que la palabra cínico tenía otra acepción muy distinta en la antigüedad, y que formaba parte de una escuela de pensamiento que sería la opuesta a lo que hoy se califica como cínico.) Mónimo opina que no hay verdades sino opiniones, que si tomo algo por verdad es por cariño o miedo a quien la propone, y que una muestra de ese afecto o de ese temor es precisamente mi impulso voluntario de tomar por verdad (lo sé y lo sabe quien la emite) aquello que no es sino una opinión, tan válida o inválida como cualquiera otra.

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El equilibrio

En Ciudadela, Saint-Exupéry admite que conseguir el equilibrio de la vida cuesta inmensos esfuerzos, y añade que, cuando raramente alguien logra ese equilibrio, lo que ha obtenido se mide en función de lo que a la vez ha perdido. Y es que, en la medida en que llega al equilibrio, se aleja de las magnitudes en equilibrio: se ubica en el fiel de la balanza y ya no en uno u otro plato. En otras palabras, para él, la vida está ahora ausente. El equilibrio es acaso una idea, o mejor dicho, una relación entre dos ideas. Existe un equilibrio sin duda, pero existe más allá de lo “ideal” y de lo previsible.

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Dibujo de un cordero

Y así, buscando al ángel sin saberlo, subimos a nuestros aviones y vamos a caer en el desierto. Y si somos muy afortunados, ahí lo encontraremos. Porque los ángeles son exiliados que deambulan por el desierto y están amnésicos, y si sabemos cómo arrullarlos, comienzan a recordar los mundos que han visitado buscando al hombre sin saberlo.
          Y si somos extraordinariamente afortunados, los oiremos recordar:
          “Entonces vino la serpiente y me dijo: ‘¿Para qué buscas al hombre? El hombre es un experimento fallido y pronto se destruirá a sí mismo y no quedará de él ningún rastro. Ven conmigo, y te mostraré algo mejor y verdadero’.”
          El ángel le responderá: “No. Dios creó al hombre y es al hombre al que yo busco”. Y la serpiente exclamará: “Me buscas a mí, porque el hombre me creó y yo creé a Dios”.
          Los ángeles irán con la serpiente, porque no hay en ellos la menor traza de malicia, y es por ello que los hombres no los entienden, y es también por ello —es decir porque no los entienden— que los buscan sin saberlo, y que si son inusitadamente afortunados, dan con ellos en el desierto, y los abrazan, y ambos saben que se han buscado sin saberlo.




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