sábado, 15 de septiembre de 2012

Respuestas a una encuesta literaria (II de II)


DGD: Textiles-Serie dorada 6 (clonografía), 2009

Encuesta de Karla Janet Velázquez y Roberto Salomo

¿Qué relación hay entre la literatura y el lenguaje social?
          —La respuesta depende de aquello a lo que te refieras con “lenguaje social”. ¿La estructura lingüística de las sociedades humanas, o sencillamente el habla popular? En el primer caso digamos que “puede” haber esa relación. Así como se habla de una literatura hecha de un determinado lenguaje, del mismo modo podría hablarse de una literatura hecha de una ausencia de lenguajes. En el segundo caso, así como hay una literatura que utiliza al habla popular como parte de su riqueza, bien podría haber una literatura que no fuera necesaria y exclusivamente concebida como reflejo de la forma en que “hablan” determinados seres humanos. A partir de esta relación debería postularse una literatura cuya diversidad fuera mayor que la diversidad de cualquier lengua: una literatura en la que hablaran (o callaran) otras posibles formas de existencia universal (y ya no solamente la humana), y a fin de cuentas, en que el hablante fuera el mismo ser.
          Tal vez te preguntes cuál podría ser la utilidad de imaginar cómo sería una literatura no-humana, o incluso si otras formas de existencia consciente tendrían literatura. La ciencia-ficción ha hecho experiencias fascinantes al respecto, y su inmediata —y tremenda— utilidad radica ya en las preguntas que suscita: ¿es la literatura una necesidad exclusivamente humana, en cuyo caso estaría compensando una cierta carencia endémica de la humanidad?, ¿o no se trata de compensar una carencia sino un despojo? O bien, en el otro extremo de esa escala: ¿puede ser vista la literatura, y el arte mismo, como uno de los recursos más depurados de la conciencia —de toda posible forma de conciencia— para acceder a la verdadera otredad?

¿Existe una relación entre literatura y los hechos sociales o sólo es producto de la imaginación?
          —En un sentido muy concreto, toda relación es imaginaria. Existen distintas posibilidades de relación y no necesariamente son excluyentes entre sí. Hablaríamos entonces de matices, aunque la imaginación debería ser el sustento en todos los casos. Por lo pronto, jamás debemos decir “producto de la imaginación” como sinónimo de falso o ilusorio. Todo lo contrario: mientras más diversa y profunda sea nuestra capacidad de imaginar, más profunda y fértil será nuestra realidad.

¿Cómo se gana el prestigio en el arte de escribir?
          —Aquí abordamos el terreno del marketing. El prestigio es repetición, una técnica simple en la que se basa toda la publicidad. Se mide a través de contabilidad: cuántas veces en un día es mencionado un nombre en los medios masivos (tanto de un dentífrico como de un artista). Cuando en una charla cotidiana alguien dice el nombre de un escritor y las demás personas no preguntan “¿Quién?”, ese escritor tiene “prestigio”. Pero eso no significa que lo reconozcan como autor (porque por lo general no lo han leído ni consideran que leerlo sea necesario) sino como autoridad. El medio cultural está construido de esta forma: numerosos son los escritores que buscan más un prestigio (que significa influencia, ascendiente, reputación, crédito) que una calidad literaria, es decir que colocan a la fama y al poder antes que la obra, y lo hacen con fruición aunque no desconocen que esa mecánica deshumaniza y que su único efecto es un arte mecánico y estéril.

¿Qué papel desempeña la literatura en el pensamiento contemporáneo?
          —Casi ninguno. Del mismo modo en que día con día se agravan las diferencias entre las clases sociales, la literatura se vuelve un puñado cada vez más reducido de nombres “célebres” a los que “viste bien” citar sin conocer más de ellos que el fragmento citado. El único papel que realmente desempeña la literatura se da en el pensamiento de las industrias editoriales, que por otro lado no es pensamiento sino estrategia de mercado. Es una pérdida grave, porque la verdadera literatura es una forma de la lucidez que nos ayuda a permanecer en actitud crítica, y a evitar los adormecimientos en la vida personal, familiar y social. Porque el objetivo de la literatura (y del arte todo) es ayudarnos a vivir. Y el primer paso es ayudarnos a apreciar una diferencia esencial: la que existe entre la vida social y la vida.

¿Será posible la construcción de un mundo diferente partiendo de la literatura estética?
          —En todo caso sería un mundo incompleto porque la estética no bastaría: no es lo que se llama una “base sustentable”. Lamentablemente, hoy la estética es entendida como ornamento. La belleza entendida como adorno sólo puede crear un mundo diferente a partir de imponer nuevas apariencias, y eso sucede de modo cotidiano. Si queremos construir un mundo verdaderamente distinto, resulta indispensable colocar, al lado de la estética, a la filosofía (con un acento en la ética), a la mitología (con un acento en el lenguaje arquetípico), a la mística y la metafísica (con un acento en la poesía).

¿Cómo ve usted la relación entre medios audiovisuales y la literatura?
          —Los media son servidores de un aparato de poder que define a la literatura (cuando ese aparato recuerda que ella existe) de una sola manera: lenguaje de lujo, mercancía vistosa. Los medios audiovisuales están al servicio del best-seller intelectual, y la relación entre éste y el gran público nunca ha sido de generosidad ni de solidaridad. En todas partes se nos enseña a vender y comprar; en ningún lado se nos enseña a dar y recibir.

¿Considera usted que hay una muerte eminente de la palabra escrita?
          —Tal vez te refieres a la paranoia ya nada reciente sobre la posible desaparición del libro-objeto para ser sustituido por la informática y las versiones digitales. Esta pregunta se parece a aquella de la muerte del cine cuando apareció la televisión. Hay tecnologías sustitutivas que son como virus letales que “matan” a las predecesoras, como el CD al disco de acetato, pero hay otras que logran sobrevivir, como la radiodifusión o el propio cine, entendidos ya no como tecnologías sino como mentalidades y, mejor aún, como formas intemporales de oír y de ver lo esencial. Lo que se está dando día con día no es la muerte del libro sino la del lector, en el sentido en que el ciudadano común, a fuerza de manipulación y deshumanización, deja de buscar aquello que es la esencia de la palabra escrita: el diálogo interior. Existe un analfabetismo espiritual; cuando éste aumenta, a la vez desciende la calidad de la exigencia existencial de cada individuo; esto es grave porque implica una descomposición en la mentalidad de la época. Por eso es más urgente que nunca asumir la desobediencia civil de la que hablaba Thoreau, a través de la declaración de principios que tan imborrablemente nos legó Tomás Segovia: “Asumir sin falsía mi tiempo implica resistir radicalmente a mi época”.

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